sábado, 25 de abril de 2015




Hacia el Amor.

Hace  catorce años, por estas fechas, estaba en tratamiento con una quimioterapia muy agresiva - necesaria, por otra parte-.

Empecé a expresar mis impresiones, sentimientos...
Este proceso de escritura duró unos ocho meses, con intervalos, pausas y demás.

En noviembre de 2002 se publicó como libro.

En su momento me llegaron muchos mails de gente países de habla hispana. No todos estaban enfermos, por supuesto, pero me comentaban cómo alguna reflexión les había ayudado a afrontar alguna dificultad.
Y ellos me ayudaron a sentirme útil y a confirmar que el dolor com- partido se lleva mejor.

Ahora, en el blog, voy a copiar cada día un capítulo o dos (si son cortitos.)










PRELIMINARES.

¡Ciudad nueva! ¡Nuevo trabajo! ¡Nueva VIDA...!
Una ciudad rodeada de mar y de luz.
Un trabajo distinto, independiente, marcando mis propios objetivos, con buenas perspectivas...

La familia, bien; ningún problema a la vista; todo en orden ...
Me encontraba contenta, ilusionada...
A mi alrededor el mundo parecía estar en armonía.
Solo un pensamiento, en ocasiones, me intranquilizaba: el sufrimiento forma parte de la vida, de cada vida; ... de mi vida.

Generalmente, cuando se soluciona un problema, aparece otro. A veces se juntan varios. Al menos es lo que veo en mi vida y en la de quienes conozco.

Por eso, tímidamente, le preguntaba a Dios: "¿Qué me vas a "mandar"?"
Todo no puede ser tan perfecto —pensaba—.

Desde hace años he sentido especial interés por un tema: el sentido del sufrimiento. 
Ahí está, pensaba y pienso, la clave para afrontar la vida.
Desde hace tiempo leo, tomo notas, escucho a Dios, le pregunto, escucho a los demás, reflexiono...
Intento aplicar en lo cotidiano —contratiempos, enfermedades, molestias...— mis conclusiones.

El sufrimiento en sus distintas formas y grados, objetivo o subjetivamente percibido.
Me acerco a él como el misterio que es.
Un misterio materializado en dolor concreto, en hechos que parecen no tener explicación, en enfermedad, muerte, incomprensiones, catástrofes -naturales o provocadas de un modo u otro por el hombre-...
Un tema complejo, muy complejo, difícil de abordar...

Pero, a la hora de extraer conclusiones prácticas, intento simplificarlo. (En la medida en que esto sea posible).

Aceptar la Voluntad de Dios. Y, como parte de ella, aceptar el sufrimiento.
Esa es la clave, pensaba.
Él es quien decide el rumbo de nuestras vidas.
Uno puede proyectar, con altos y bajos de ilusión y decepción; puede hacer y deshacer, invertir tiempo, dinero, energías...
Al final, es Él quien decide.
Y, a lo mejor, decide lo mismo o lo contrario, lo más opuesto a lo que consideramos bueno.

Segunda conclusión personal: 
la felicidad no depende de las circunstancias externas. Indudablemente, influyen, condicionan, pero no determinan.
La estabilidad vital depende de la actitud con que cada uno las afronta y se adapta a ellas.
Esas circunstancias —hechos, personas, aparentes casualidades...— son un reto. 

La tercera: en esta vida no es posible la plena y absoluta felicidad.


Habría que hacer unas matizaciones previas sobre el concepto de felicidad,
que el ser humano puede plantear en distintos niveles: desde el más elemental
—entendida como satisfacción de necesidades básicas— al más
sublime.
No pretendo descubrir nada nuevo, ni estoy escribiendo un ensayo sobre el tema. (Siglos de reflexión filosófica me preceden).
Solo estoy "aclarando mis ideas" y por eso puedo decir que concibo la felicidad como el estado permanente en que, cubiertas las necesidades básicas, se encuentra la plenitud en la posesión del Bien, la Belleza y la Verdad.
Y para los que creemos en Dios, Él es el Bien, la Belleza y la Verdad. Así:
con mayúsculas, en estado puro.

Tres conclusiones pues:
Aceptar la voluntad de Dios y, por lo tanto, el sufrimiento; actitud positiva
ante él y, en tercer lugar, asumir la imposibilidad de un estado permanente de felicidad absoluta.

Yo veía —y sigo viendo— esas tres conclusiones como cimientos firmes sobre los que construir una vida; mi vida, al menos. Tres pilares a los que agarrarse al llegar el terremoto de la confusión y el dolor.

Y, si está tan claro...
"¿Por qué tantas veces no he hecho —no hago— Tu Voluntad, Dios mío?"
—le preguntaba y me preguntaba a mí misma—.
"¿Por qué hay tantas personas que tampoco la hacen...?
Tal vez porque las teorías, aún con reservas, más o menos se pueden aceptar.
Lo que generalmente nos cuesta creer es que todo eso es aplicable a mi
vida: aceptar mi pasado, mi presente y mi futuro, todo incluido: lo que pudo
haber sido y no fue, proyectos incumplidos, decisiones erróneas, éxitos y fracasos,
la incertidumbre por el mañana...
Aceptarme a mí misma como soy y a los que me rodean como son.


El caso es que, dejando al margen estas reflexiones, y volviendo al principio, me sentía casi feliz con mi nueva vida.

Pero mi intuición y convicciones me advertían de que algo podía ocurrir.

Por eso, cuando llegó el diagnóstico, solo le dije:

"Señor, lo acepto. Ayúdame a llevarlo lo mejor posible".

Aún nadie había pronunciado la temida palabra.
Yo me la repetía a mí misma para perderle el miedo, para no dejarme asaltar
por el pánico, para afrontarlo con dignidad:

 "Tengo cáncer".

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