Una de las cosas buenas de la enfermedad es que, a veces, se convierte en ocasión para recuperar el contacto con amistades.
Así me ha ocurrido a mí y es algo PRECIOSO.
En concreto, Blanca y yo nos conocimos en Jerez de la Frontera en torno al año ¿1987?
Por motivos profesionales y personales, nuestras vidas siguieron rumbos diferentes, con algunos contactos esporádicos.
Recuerdo que, cuando ella esperaba a su primer hijo, fui a verla a Madrid.
Por teléfono hemos seguido en comunicación, aunque no tanto como nos gustaría.
En el año 2001, a raíz del diagnóstico de mi tumor, Blanca estuvo muy pendiente de mí e, incluso, viajó a Pamplona, dejando a sus tres niños y su marido esperándola en Madrid.
Yo aguardaba su visita con el corazón ilusionado y la cabeza "más pelada que un coco", enorme debilidad y alegría.
Me llevaba libros y vídeos que pudieran distraerme en aquellos duros momentos:
Y, lo más importante, me llevaba toneladas de afecto, fotos de sus niños, y consejos:sinceros:
"Teresa: en la cabeza tienes que ponerte pañuelos de colores vivos; no color "carne", que se confunde con tu propia piel."
¡¡Era cierto!! ¡Cómo se lo agradecí y sigo agradeciendo!
Me fui recuperando, reanudé trabajo e intenté normalizar mi vida, aunque seguí muy débil.
Parafraseando el título de la divertida película que me regaló, nuestras vidas podrían llevar el de:
"Tú a Oviedo y yo a Valencia."
Pasaron casi trece años.
Nuevamente, al diagnosticarme una metástasis, la compañía de Blanca está siendo muy valiosa para mí, especialmente por su sensibilidad y esa sintonía emocional con la que comprende y comparte los vaivenes de esta enfermedad.
Hace unos días, cuando os daba la receta del "cocktail de emociones", Blanca me enviaba esta preciosa canción.
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