martes, 5 de mayo de 2015

THE END. Último capítulo.

BALANCE.

Datos "clínicos":
He pasado más de ocho meses en Pamplona, acudiendo diaria o semanalmente a la Clínica Universitaria, además de los veinte días de hospitalización.
Intervenciones: tres (una con anestesia general y dos local)
Número de consultas: unas treinta.
Ciclos de quimioterapia: 8.
Sesiones de radioterapia: 30.
Pruebas de diagnóstico y valoración: unas 30.
Anoto estos datos para tener una visión de conjunto.
Más o menos la que puede ofrecer la historia clínica de muchos pacientes oncológicos.

 Cada uno tiene su historia y sus vivencias, intransferibles, únicas.


Momento de hacer balance.

Al producirse el diagnóstico me dirigí a Dios, pidiéndole que me ayudara a llevar todo del mejor modo posible.  

Así lo ha hecho, dándome fortaleza, serenidad
y alegría. 
Por mi parte, he aportado aceptación y colaboración activa.
Puedo afirmar que la tónica general de mi actitud ha sido optimista y positiva.
No se trata de triunfalismo, sino de una realidad, corroborada por mi familia, médicos y las personas que me han tratado. He estado siempre contenta, también en los momentos de incertidumbre.

He confirmado que se puede sufrir y tener paz.

Y cuando no la sentía, sabía que me aguardaba a la salida del túnel.
El sufrimiento era —y es— el peaje que todos, de un modo u otro, debemos pagar.

En qué he cambiado, en qué mejorado, qué he aprendido, qué actitudes me gustaría convertir en hábitos estables... son aspectos en los que pienso ahora.

Familia.
Siempre se destaca lo importante que es el apoyo de la familia en una situación como esta.
Me resulta difícil ser original en esta realidad.
Solo puedo confirmarla con mi experiencia.
He redescubierto el cariño de mi familia, que tan importante ha sido para mantener el rumbo.
Quiero más a cada uno y ellos me han demostrado cuánto me quieren.
Quiero más a cada una de las personas que forman mi Gran Familia de la Iglesia y del Opus Dei: me han cuidado, han rezado, me han transmitido su cariño...
Cada uno ha hecho tantas cosas que solo Dios puede valorar.
También muchos compañeros de trabajo y amigos me han ido enviando fuerza humana y espiritual.
En estos meses he ganado, tanto en cantidad como en calidad.
Algunas personas me han sorprendido por un cariño e interés que nunca hubiera sospechado.

Cariño que, por encima de la distancia, me ha llegado a través del teléfono, del correo electrónico, de cartas, de muchos detalles bonitos... 
Cariño de quienes han recorrido cientos de kilómetros para verme y de quienes con el deseo lo han hecho también.
Tanto afecto que me ha emocionado, conmovido e impulsado. ¡¡Gracias!!

He terminado una primera etapa.
Viví la recta final con la euforia nerviosa de quien sabe que está a punto de llegar a la meta, como un deportista al final de un torneo.

A partir de ahora la vida para cualquiera de nosotros es diferente en
muchos aspectos: una vez que el cáncer ha visitado un cuerpo, hay que permanecer alerta para intentar evitar que reaparezca y aceptar esa posibilidad.

Por mucho que nos feliciten por la recuperación, sabemos que, al menos en los próximos años, aún es pronto para cantar victoria.

Empiezo a vivir la vida por etapas, de revisión a revisión. Y cada una marca el plazo de una tregua que quiero aprovechar al máximo, imprimiendo intensidad al día a día.

Sin pesimismo, pero con realismo; con esperanza y sentido
 positivo .
También con miedo, estreno una nueva vida. 

Intento no idealizar la vuelta a casa, a la normalidad.
Como el emigrante que ha pasado tiempo fuera de su tierra puede decepcionarse al regresar, soy consciente de que puede ocurrirme algo parecido: la vida sigue y no es siempre fácil.

Sostener el esfuerzo durante unos meses de lucha es posible, pero hay que "estirar" las energías para algunos años más.

Además, las secuelas, la debilidad... permanecen durante un tiempo.

Como siempre, una voz amiga me anima:
"Si has podido hasta ahora... podrás en lo sucesivo.
No te adelantes al futuro: Dios te dará la fuerza necesaria para afrontar cada situación, por dura que sea".



Cuando me diagnosticaron el tumor, una de las primeras reflexiones fue la de aceptarlo, no solo como una nueva situación en mi vida, sino como un camino hacia el Amor.

En ese momento se trataba de una intuición, pero desconocía su alcance.
No sabía exactamente porqué veía tan clara esa dimensión de la enfermedad.
Ahora puedo afirmar que me ha llevado a
redescubrir el Amor 
de Dios, el amor a mi familia, a los amigos; y, en distintos niveles, a médicos y enfermeras,
el amor a todos los enfermos y especialmente a los oncológicos.  

En realidad, cualquier vida puede ser un camino hacia el Amor.

Los que salimos del túnel del sufrimiento nos vemos deslumbrados por la luz, los colores, los sentimientos... la VIDA y por eso la saboreamos con más intensidad que antes.

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El cáncer ha sido para mí un fuerte impulso en este camino, me ha ido transformando a mí misma y a muchos de quienes me rodean, en formas tan variadas como difíciles de valorar.

También he descubierto que los enfermos tenemos un don, del que muchas veces no somos conscientes: 
el de transformar el sufrimiento en amor, 
el que damos y el que recibimos.

Podemos 
despertar sentimientos de afecto, 
fortalecer las relaciones familiares y de amistad, 
comprender mejor a los que sufren, hacer más humana
la vida.
Conseguimos enterrar viejos rencores o diferencias, 
vencer al egoísmo,
generar iniciativas altruistas, 
superar dificultades insalvables, 
descubrir posibilidades inéditas en nosotros y en los demás...


En una sociedad que nos satura con estímulos externos dispersando nuestra atención y energía, el sufrimiento puede lograr que nuestra vida se centre en las cosas que realmente importan.

Puede elevar nuestro propio espíritu, elevando al mundo que nos rodea.


Por todo eso, y por lo que a cada uno corresponde descubrir, la enfermedad y la vida en general
puede ser 
un camino hacia el Amor.

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