lunes, 4 de mayo de 2015

CASI ÚLTIMO CAPÍTULO de Hacia el Amor. (Escrito en 2001)

Estoy añadiendo que estos fragmentos corresponden al pasado, pues en alguno anterior, al no haberlo especificado, generó confusión en algunos lectores.
Como está escrito en presente (que ahora ya es pasado), en el capítulo titulado ESTRATEGIA, digo que estoy sin pelo, cejas, pestañas... hubo quienes se alarmaron.
Pero no: ahora mismo no sufro, gracias a Dios, ese efecto secundario.

Bueno... pues ahí va una nueva entrega:


HÉROES
"SALVÓ LA VIDA A CIENTOS DE PERSONAS".
Trescientas personas se levantaron y aplaudieron larga y cálidamente.
En todos los rostros —hombres, mujeres, gente muy joven...— se reflejaba
una intensa emoción.
Aquel hombre les había salvado la vida; a ellos y a otros muchos supervivientes
de sarcomas óseos, tratados entre 1980 y el año 2000 en la Clínica
Universitaria de Navarra. A muchos literalmente les salvó; a otros les evitó la
amputación de alguna extremidad.
El doctor José Cañadell recibía esta muestra de gratitud y cariño con motivo
de unas Jornadas de la Sociedad Europea de Oncología músculo-esquelétic.
Noticias así merecerían reportajes en todos los canales de televisión.

y grandes titulares en primera plana de la prensa internacional:

"Salvó a cientos de personas". Sería una nueva forma de sensacionalismo, mucho más constructivo que el contrario.

La enfermedad es la palestra en la que surgen tantos héroes que sufren, luchan y nos acompañan a los que la padecemos.

Muchos investigadores, profesionales de la sanidad, voluntarios, familiares de enfermos... son héroes en el silencio de la vida cotidiana, héroes del amor.
También los capellanes de los hospitales, que nos visitan, que rezan por nosotros, que nos llevan consuelo espiritual y los Sacramentos...

Ellos no lo saben: piensan que cumplen con su obligación.
Así es, pero, además, aquellos que rebasan el límite de lo estrictamente obligado y ponen algo más de empeño, tiempo, interés, pasión, cariño... se adentran en el terreno de lo épico.

A veces pensamos que un héroe es el que realiza un acto sobresaliente.
Los que durante mucho tiempo son constantes en 
la búsqueda de la verdad,
en la práctica del bien y 
en el ejercicio del amor lo son también, aunque
generalmente no despierten el interés ni la admiración generales.

Por eso pienso que, del mismo modo que los deportistas o los cantantes necesitan el apoyo de la afición, los profesionales de la investigación y de la sanidad deberían contar con uno similar, el nuestro, para afrontar las horas y días, meses y años, en un laboratorio, en una consulta; para superar los "fracasos" previos antes de conseguir un resultado significativo; para
festejar un avance...

Y tan heroico es el que lo alcanza, como el que —habiendo puesto todo de su parte— no lo consigue; el médico que comunica un alta, como el que, impotente ante un caso difícil, acepta sus propios límites y los de la ciencia;
la enfermera que atiende con delicadeza, la que da la misma explicación
como si cada una fuese la única, porque cada paciente es irrepetible.


Héroes en el anonimato y muchas veces en la soledad.

La madre de Mari Trini lo es también. Cada mes recorre unos 2000 kilómetros para que "la niña", como se refiere a su hija con tanto cariño, reciba quimioterapia.

El diagnóstico y operación del cáncer de útero significan, entre otras cosas, que no va a poder tener hijos.
Cuando recibió esta noticia, Mari Trini se desmayó.
Poco a poco va asimilando su situación.

Ahora las dos compartimos enfermedad, tratamiento, efectos secundarios —mucho más severos para ella que para mí— y experiencias. Nos animamos la una a la otra. 
Rezamos la una por la otra.
Me sigue admirando el desvelo con que su madre la cuida, la mira, inventa recursos para distraerla del dolor, la rodea de amor.

Cuando Mari Trini viene a Pamplona voy a verla a la Clínica. Además, hablamos de vez en cuando por teléfono. Sabe que su pronóstico es difícil.
Desconoce que su madre ha sido informada por el médico de que la respuesta al tratamiento no está siendo la esperada.


A mediados de mayo llamé a su casa.


Una vez más, el tono de voz de la madre al contestar me dispuso a recibir el golpe:


"Teresa..., mi niña, mi niña... (sollozando)...

Mi niña ya está con Dios".
Y repitió: 
"¡Mi niña ya está con Dios!".

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