martes, 11 de marzo de 2014

ÁLVARO.
Un niño estudioso, bueno, afectuoso... de principios del siglo XX.
En esta foto lo vemos con su hermana Teresa. ¡Con qué cariño la mira! ¿verdad?

Empezó la carrera de ingeniero de caminos. Como su familia estaba pasando apuros económicos, él optó por simultanear esta con otra más corta, para empezar a trabajar cuanto antes y ayudar en casa.
Cuenta su hermano pequeño una anécdota que me gusta especialmente:
Un día, jugando, se le cayó un tintero en los dibujos que, a lo largo de casi todo un curso, Álvaro debía presentar.
Carlos se asustó al ver el daño - involuntario- que había hecho a su hermano y esperaba con cierto temor que este llegara a casa y viera el estropicio.
Para su sorpresa, Álvaro reaccionó con pena, pero también con serenidad. Lo sentó en sus rodillas y le explicó con cariño y tranquilidad las horas que había empleado en esos trabajos y que, por precipitación en el juego, habían quedado inservibles.

Cuando estalló la guera civil española, su padre fue encarcelado y los apuros de la familia, ya no solo monetarios, aumentaron.
Él también pasó varios meses en la cárcel.
Terminó la carrera con buenas notas y empezó a trabajar.
Por otro lado, ocurrió algo importante:
descubrió cuál era la misión que Dios quería para su vida. Cuál era el sentido y orientación de toda su existencia.
A partir de ese momento empleó todo su tiempo, energía, afectos, inteligencia... a seguir y cumplir esa misión.
Se ordenó sacerdote, junto con otros dos ingenieros (que, en aquella época eran el "no va más" y "buenos partidos", como se decía entonces.)

Una de sus principales virtudes era la paz y la alegría, basadas en una confianza absoluta en Dios.

Y ahora os cuento mi recuerdo personal:
cuando yo tenía 31 años, en agosto estuve unos días ingresada en la Clínica Universitaria de Navarra. Este sacerdote del que estoy hablando me fue a visitar, acompañado por otras personas. NO recuerdo bien qué me dijo, pero sí la sensación de tranquilidad y buen humor que me transmitió, así como su mirada cariñosa.

¿Y por qué os hablo hoy de él?
Porque es ¡su cumpleaños! y lo celebramos en muchas partes del mundo.
Cumpliendo esa misión que Dios le encomendó, ayudó a miles de personas a ser mejores personas, en todos los ámbitos.
Yo soy una de ellas.
Además, impulsó labores de promoción educativa, social y sanitaria en todos los continentes.
Y... ¿cuántos años cumple?
 ¡¡100!!
ochenta en esta vida y 20 en la eterna.

Podéis ver un vídeo de pocos minutos en:
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=k1cZKwolUuw

¡¡Felicidades, don Álvaro!!



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