miércoles, 23 de octubre de 2013

EFECTOS SECUNDARIOS de la químio, conocidos por cualquiera son la alopecia, naúseas, vómitos,, malestar... Supongo que son los que han generado -justificadamente- esa repulsión/ rechazo a este tratamiento.

 Para intentar curar, al menos por el momento, la medicina no tiene más opción que causar daño.

Sabemos que hay líneas de investigación en marcha para intentar reducirlo. De hecho se ha avanzado MUCHÍSIMO y cada vez se mejora la diana terapéutica.

También hay que tener en cuenta que la químio es una combinación de fármacos, diferente en cada caso, paciente, etc;  por lo que no se pueden comparar de modo general.

Pues bien, de estos daños colaterales no he sufrido ninguno, desde febrero hasta ahora.

Sí, en cambio, otros menos conocidos, al menos para mí. Incluso había oído hablar de ellos, pero no imaginé que fueran tan... "molestos" (Elijo un adjetivo suave.)

Uno de ellos es el síndrome palmo- plantar. ¿Habías oído hablar de semejante cosa?

Pues bien, este os lo puedo describir de primera mano.

Dentro del proceso de deshidratación general que provoca cualquier químio y algunas de modo especial, hay veces que las palmas de las manos y las plantas de los pies lo padecen de forma más fuerte y llega a haber grietas, heriditas, sensación de ardor, dolor...

A mí me está ocurriendo y, claro, a medida que recibo más tratamiento, empeoran sobre todo los pies. Pero bueno... la cuestión es mantenerlos hidratados, lavar con jabón suave, almohadillar (amortiguación), evitar fricciones... Lo que más me cuesta es que, por el momento, conviene no andar demasiado y siempre con zapato holgado.
Así que se acabaron mis pequeñas caminatas y los zapatos de tacón o estrechitos deberán esperar un tiempo.
Sé que algunos pacientes lo sufren en grado mucho mayor que yo: ennegrecimiento de uñas, estas se resquebrajan...
En cuanto a las palmas de las manos, también están regular, pero externamente solo se ven un poco enrojecidas, especialmente en las puntas de los dedos.
Ocurre que es mayor la sensación que la apariencia. Lo he comprobado dos o tres veces que, en la Farmacia, he dicho: "¡Mira cómo tengo las manos...!" Las han mirado con atención, pero sin mostrar alarma ni preocupación... y, finalmente, el diagnóstico ha sido, con tono despreocupado:
 "Bueno... no están tan mal. Procura hidratarlas bien."
Así que ya no las voy a enseñar más, pienso un poco enfurruñada.
"¡Menos mal que Dios me comprende y a Él le ofrezco estas molestias.!"

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